En nuestra cultura, en general no resulta extraño, sino más bien lo contrario: el favorecer que las personas hagan esfuerzos para mantener “el cuerpo en la mejor forma posible”; cosa que históricamente no ha sido una constante, y que incluso en alguna etapa se considerase como algo extraño.
Así a través de la integración del entrenamiento corporal en el proceso educativo, favorece que vayamos adquiriendo habilidades y así poder reconocer cuales son nuestras preferencias y sus beneficios. La mayoría de personas podrían llegar a entender que en un momento dado que: “nosotros podemos modelar nuestro propio cuerpo”
Sin embargo, de lo que no somos tan conscientes es que ese mismo proceso de “modelado dirigido” se puede aplicar también a nuestra propia mente. Que la forma que mantenemos de relacionarnos con nosotros mismos en todos los campos, o con el mundo, también la podemos modificar y entrenar.
¿A qué edad aprendemos a mejorar nuestro diálogo interno, la forma en que nos tratamos?
¿A qué edad aprendemos a mejorar las conversaciones con los demás, la forma de relacionarnos?
¿A qué edad aprendemos a recordar e imaginar de manera diferente para pensar de una forma más efectiva?
El crecimiento, la mejora está accesible, disponible a lo largo de toda nuestra vida, no es algo determinado ni ligado a la edad.
El adquirir mejor dominio y uso de nuestras emociones, pensamientos o acciones, es algo natural, porque en ningún momento llegamos “a ser un punto fijo, estable”.